Febrero del 2006
Se ensaya una vez más -como viene ocurriendo y siendo casi un lugar común en la última literatura española-la metaficción en una novela de reciente aparición : Todas las primaveras, del escritor barcelonés Juan fosé Flores. En esta tesitura, en la ficción dentro de la ficción, no siempre los resultados están a la altura de los esfuerzos que se emplean. Pero negar que fue un recurso aplicado por autores mayores, desde Miguel de Cervantes hasta Miguel de Unamuno, sería ignorar una instancia narrativa que no siempre se supo explotar con provecho, salvo en los últimos tiempos, aunque generalmente con una molesta e innecesaria predisposición al esnobismo. Juan fosé Flores, para entendernos, está más cerca del autor de Niebla y La tía Tula que de la mayoría de los habituales ejercicios de piruetas narrativas con los cuales estamos siendo invadidos. Todas las primaveras es cierto que privilegia la literatura de corte autorreferencial. Su sistema de cajas chinas, de todos modos, lejos de retardar su ritmo, pone en funcionamiento una especie de vértigo que colabora enormemente a intensificar su calado emotivo. Son varias las historias que se despliegan con la voluntad de alimentarse las unas de las otras. Todas de gran envergadura, todas de gravedad y profundidad. Y a propósito de historias, hay dos que están maravillosamente resueltas. Una sobre unos suicidios en un holelito de París, otra que hace referencia a la Guerra Civil española. Dos narraciones como sacadas de una antología de los mejores cuentos españoles de la última década. Juan José Flores ha escri· to una especie de sueño calderoniano. También, cómo no, un juego unamuniano. Y le ha salido muy bien.